El Teatro Real ha acogido este martes 24 de enero un nuevo estreno entre el aplauso unánime del público a la ópera ‘Arabella’, de Richard Strauss, que ha traído a las tablas madrileñas una historia de decadencia europea y travestismo de la mano del director musical Richard Afkham.
‘Arabella’ es una de las piezas menos conocidas de Strauss y equivocadamente confundida con una segunda parte de ‘El caballero de la rosa’, muy aplaudida en la época. Sin embargo, nada más lejos de la realidad, puesto que el argumento termina por poner sobre la mesa evidencias distintas.
Mientras en la primera se habla de una Viena glamourosa, divertida y desenfada, entregada a sus bailes, en esta ocasión –más de cien años después y con Francisco José en el trono–, todo ha cambiado. Pese a esa alucinación colectiva de seguir en una fiesta continua, Strauss lleva a sus personajes a una sociedad donde nada es lo que parece.
La puesta en escena de Cristoph Loy –en esta ocasión, presente en el estreno y acogido con aplausos, aunque también alguna protesta– acompaña la idea de Strauss. El escenario plantea dos planos, uno por así llamarlo cinematográfico –el del realismo– y el otro psicológico –la vida oculta de los pensamientos–.
‘Arabella’ es la historia de una joven de una familia venida a menos que busca con un matrimonio amañado solucionar todos sus problemas económicos. El problema viene cuando la protagonista sabe que sus sentimientos nada tienen que ver con el destino que le han generado las necesidades familiares.
Sara Jakubiak, quien da vida a Arabella, se ha mostrado cómoda con un papel en el que, tal y como explicó en la previa, llega a contabilizar los minutos cantando en escena –42 minutos con interrupciones–. La protagonista de esta obra, como es habitual en papeles de Strauss, es una voz intermedia, más grave y «con muchas vocales muy bonitas que se pueden traducir en muchos colores» y esto ha sido reconocido por el público.
UN VODEVIL CON TRAVESTISMO Dentro de esa vida interior, destaca el personaje de Zdenka, interpretada por Sarah Defrise y caracterizada como un hombre, como el papel que mejor representa las falsas apariencias de este vodevil. «A cambio yo me sacrificaré, me vestiré siempre como un hombre y renunciaré a todo», llega a decir su personaje, en lo que supone la única propuesta sincera de alguien en lo que dura la obra.
De entre todos los pretendientes, será el a priori menos sofisticado –pero con más fortuna– el que se llevará el gato al agua, encarnado por un acertado Josef Wagner. Y nada mejor que esa escena del primer acto, donde conoce al padre de Arabella arruinado por el juego, y en la que lanza ante sus ojos un fajo de billetes, para entender que solo el dinero parece importar en una sociedad derruida. También incluye la ópera una dura escena de agresión sexual, que suscita cierta incomodidad al ser contemplada.
Un decorado móvil y un vestuario más cercano a la actualidad de lo que se podría esperar de la época –incluso aparece un vestidor en el primer acto que podría pasar por alguno visto en programas de televisión– marcan aún más esa sensación de planos cinematográficos con los que ha querido jugar Loy.
RURAL VS CIUDAD Arabella, una joven que entiende que su vida no va a ser ideal», alcanza el cénit precisamente en la parte final: despojada de joyas y ofreciendo un vaso de agua a su prometido, símbolo de pureza y que, en cierta manera, presenta a lo rural como solución a la podredumbre de la ciudad imperial.
Es ‘Arabella’ por lo tanto una ‘triste comedia’, puesto que a lo largo de sus más de cuatro horas de duración se produce, según explica Joan Matabosch, «una tensión permanente entre el código comedia y lo que sucede en escena». «Es una comedia, pero lo que se explica es cualquier cosa menos eso».
No se discute la dificultad de poner en pie una de las óperas más difíciles del repertorio de Strauss en cuanto al tema escénico–«si haces una ‘ópera fast food’ con ‘Arabella’, lo mejor es no hacerla»–, además de lo musical: desde vals, hasta polonesas, pasandro por melodías eslavas.
Un ‘puzzle’ defendido por el propio Afkham –también muy reconocido esta noche en un momento difícil mediáticamente, tras su renovación con la Orquesta Nacional–, quien hace hincapié en ese preludio del tercer acto donde la orquesta tiene su oportunidad para «mostrar su poder».
Esta es la segunda ocasión en que Afkham dirige una ópera en el Real al frente de su Coro y Orquesta titulares –ya dirigió en 2007 ‘Bomarzo’ y, en 2020, cuando estaba prevista la dirección de ‘La pasajera’, la obra se canceló por la pandemia–.
Fuente: (EUROPA PRESS)