Los científicos demuestran que los esfuerzos por restaurar los componentes básicos de los ecosistemas marinos están dando sus frutos ya que las macroalgas que sirven de alimento y refugio a otras especies se recuperan tras 10 años de crecimiento en un bosque submarino de algas en el Mediterráneo hasta alcanzar una riqueza y fuerza comparables a las de los bosques que nunca han sido perturbados, según publican en la revista ’Frontiers in Marine Science’.
La actividad humana ha degradado los ecosistemas y dañado la biodiversidad en todo el mundo, pero la restauración de los ecosistemas ofrece esperanza para el futuro.
’’Los bosques de macroalgas se encuentran en más de un tercio de las costas del mundo y sustentan ecosistemas enteros –explica la doctora Emma Cebrián, del Centre d’Estudis Avançats de Blanes–.
’’En 2011, se llevó a cabo una acción de restauración en la bahía de Maó, en Menorca, donde se reintrodujo una especie de macroalga en la zona donde solía prosperar.
Al cabo de 10 años, comprobamos que las especies de algas asociadas volvieron al hábitat, y con ellas, las funciones ecosistémicas que proporcionan’’, añade.
Cebrián y su equipo utilizaron un enfoque basado en los rasgos para investigar la recuperación funcional de los bosques de algas: el vínculo entre los esfuerzos de restauración y el funcionamiento del bosque como lo hacía antes de ser dañado.
El equipo estudió cinco localidades de Gongolaria barbata, una de las especies ’’formadoras de dosel’’ vitales para el mantenimiento de los bosques de algas, para comprender cómo la restauración de estas especies puede contribuir a reactivar el ecosistema.
’’Entre todas las algas marinas, las macroalgas formadoras de dosel proporcionan una estructura al ecosistema similar a la de los árboles en un bosque terrestre –explica Cristina Galobart, primera autora del estudio, también del Centre d’Estudis Avançats de Blanes–. Influyen en el entorno local alterando, por ejemplo, la luz y el flujo de agua. Estas modificaciones del entorno crean nichos ecológicos de los que se pueden beneficiar otras especies’’.
La evaluación de los proyectos de restauración suele hacerse a corto plazo, sobre todo en los ecosistemas marinos, donde estos proyectos están menos asentados.
Sin embargo, los proyectos que restauran especies de maduración lenta necesitan plazos más largos para su evaluación, y aunque entendemos cómo se restauran la estructura de la vegetación y la diversidad de especies, persisten las preguntas sobre cómo vuelve a funcionar un ecosistema.
Para medir la función, es necesario estudiar rasgos cuantificables de las especies objetivo que reflejen la salud del ecosistema.
El equipo decidió estudiar un conjunto de 14 rasgos, como el tamaño de los especímenes y si pertenecían a especies más longevas o de crecimiento más lento.
La presencia de especies que necesitan más tiempo para madurar o crecer más puede indicar un ecosistema más sano, más capaz de mantenerlas.
El equipo estudió una localidad restaurada activamente, donde los esfuerzos de restauración llevaban 10 años en marcha, una localidad cercana donde las macroalgas restauradas se habían extendido más allá de los límites de la zona de restauración inicial, una localidad vecina que no había sido restaurada y dos localidades de referencia que no habían sido alteradas.
Recogieron muestras de cada uno de estos lugares para su identificación y análisis, y después las secaron y pesaron para medir la abundancia de cada especie presente.
Descubrieron que la localidad restaurada estaba formada por una mayor variedad de especies que la localidad intacta y que la zona en la que se habían desbordado los esfuerzos de restauración, con una composición de especies similar a la de las muestras de referencia.
La localidad restaurada era incluso más rica funcionalmente que uno de los bosques de referencia, aunque no estaba formada exactamente por las especies que los científicos esperaban.
Las especies que componen los ecosistemas restaurados pueden ser distintas de las originales, aunque sigan ocupando el mismo nicho de apoyo a la biodiversidad local.
La localidad restaurada tenía una mayor complejidad estructural y especies con una vida más larga, un signo crucial de recuperación a largo plazo que aumenta el refugio potencial que el bosque proporciona a otros organismos.
La diversidad adicional también ofrece beneficios potenciales para el futuro: un bosque de algas más diverso puede ser más capaz de responder a los retos medioambientales.
’’Demostramos que una sola acción de restauración, más la eliminación de la causa de la degradación, puede conducir a la recuperación no sólo de una sola especie, sino también de las funciones asociadas del ecosistema –apunta Cebrián–. Añadir información de otras iniciativas de restauración ayudará a comprender completamente cómo se recupera la funcionalidad en diferentes hábitats, especies o condiciones ambientales’’.
Fuente: (EUROPA PRESS)